muchacho punk
My life has been the poem I would have writ,
But I could not both live and utter it.1Henry David Thoreau, A Week On The Concord And Merrimack Rivers (1849)
La interestatal 10 es la cuarta autopista más extensa de las que cruzan los Estados Unidos, y la que está más al sur. A lo largo de sus casi cuatro mil kilómetros –que unen las costas de California y Florida– el paisaje es en ocasiones desolador. Las vastas extensiones desérticas pueden volverse monótonas en el vaho que desprende el pavimento tras horas de andar sin ver más que alguna estación de servicio perdida a los lados de la ruta. Una robusta Dodge B rompe el silencio cerca de Quartzsite, en Arizona. La Dodge ‘79 es confiable y cansina, con un interior amplio y una dirección firme. Como en la mayoría de estos modelos, el motor está en el habitáculo, tan cerca como para oírlo quejarse aún con las ventanillas abiertas por el calor. Adentro de la camioneta, surcando el desierto raleado por pastos secos, tres personas van rumbo a sus vacaciones de fin de año en Nuevo México. Termina 1985, que al menos para uno de ellos ha sido un año de particular agitación. Tanto que no está disfrutando del viaje: en la parte de atrás de la Dodge, tirado sobre una manta, el más famoso de sus ocupantes trata de cuidar su fiebre, o quizás su resaca. Hace nueve días se sentía en la cima del mundo y ahora no se puede levantar del piso sucio de su camioneta. Pero los recuerdos de North Carolina le duran. Es el comienzo de algo grandioso: una gira con R.E.M., tocando en escenarios repletos, con catering, hoteles y todas las lides de la fama. No más dormir en la Dodge entre shows en boliches húmedos para cien punks que te escupen y te tiran cerveza. ¿Eso era lo que buscaba? ¿No será venderse?
De pronto, algo perturba la marcha de la camioneta. Un ruido fuerte y el andar se pone enclenque en la parte de atrás, más precisamente del lado izquierdo. Linda se dice a sí misma que al fin el viejo neumático trasero ha dado sus últimas loas, y empieza a bajar la velocidad para tirarse a la banquina, que en el centro de la autopista se deprime hasta crear un pequeño cañón. Está dándose vuelta para mirar a Jeanine mientras piensa que alguien tendrá que despertar a Dennes (y lidiar con su malhumor cuando se entere que tiene que cambiar la goma) pero la realidad no le dará tiempo: el ruido viene del eje trasero, que se parte dejando a la camioneta sin una rueda. Cuando la policía llegue al lugar les dirá que se quedó dormida, que el calor y la monotonía le jugaron una mala pasada y que tiene la culpa de todo. Pero años después (29 años, para ser más exacto) de ese 22 de diciembre que cambió la vida de los tres ocupantes de la Dodge B para siempre, Linda podrá recordar. Dirá que sintió que la camioneta volaba por los aires, y que agarró fuerte el volante y empezó a gritar. Dirá que se desvaneció, que cuando despertó la Dodge estaba sobre el lado del acompañante, y que ella y su tobillo destrozado por el carburador eran lo único que había dentro del habitáculo. Dirá que lo primero que le dijo a los que se detuvieron ante la dantesca escena es que aún le faltaba saber dónde estaban dos personas.
Su hermana Jeanine jamás podrá volver a caminar. Su prometido, Dennes, salió despedido por la puerta de atrás y murió instantáneamente. Tenía 27 años.
Semanas antes del fatídico viaje Dennes, al que le decían D. Boon, y su banda se presentaron en la televisión pública de Los Angeles. Era raro verlos en tele, y más en ese formato. A la derecha están George, su flequillo y un par de bongós. A su lado, de camisa leñadora, Mike. Su pierna izquierda, extendida cuán larga es, termina en una vieja All Star. No toca el bajo sino una guitarra acústica, y el brazo del micrófono le aparece de ninguna parte cuando se lanza a un pequeño manifiesto que será lo único que se dirá durante la presentación. “Nunca me importó el tipo que lee los parquímetros, hasta que fui el tipo que lee los parquímetros”. Atrás suyo está D., casi en posición de loto. Los pibes la descosen. Con una velocidad inusitada, pero sin agresión, se meten de lleno en las canciones. Las atraviesan de manera tal que para cuando la cosa termina uno no entiende bien qué acaba de ver, pero sabe que está en presencia de la genialidad. Está online, y si me tengo que quedar con un solo video de todos los que hay en YouTube, elijo ese. Me saca de cualquier tristeza. Si te estás preguntando qué son los Minutemen, te recomiendo verlo. Por más que le falte su sonido eléctrico y filoso, tiene de sobra todo lo demás que los hizo únicos: la camaradería, la diversión, la sensación de que cualquier cosa es posible. Y la poesía, por favor, la poesía.
El amor más puro, el tacto de una mujer
Una mente fuerte, un cuerpo duro
Todo lo que no podía tener
Todo lo que no podía ver
Hombrecito con un arma en la mano2
Esa canción se llama “Little Man With A Gun In His Hand”. Es la última del acústico, y también la última del sexto disco de los Minutemen, Buzz Or Howl Under The Influence Of Heat. Tiene ocho temas y dura quince minutos. El anterior, What Makes A Man Start Fires?, tiene 18, dura veintiséis y te impone una duda: ¿qué lleva a un tipo a iniciar un incendio? La música de Minutemen es así. De tan breve te confunde, y de tan impactante te hace pensar. Me acuerdo cuando leí esta letra por primera vez y mi cerebro explotó.
Digamos que tengo un arma en la mano
Seis balas, seis puntos de vista
Materialismo
Digamos que tengo un libro en la mano
Cincuenta mil palabras, cincuenta mil traducciones
Idealismo
Destruye tus diccionarios3
Mike Watt tenía veintidós años cuando escribió eso. Yo tendría poco más de quince cuando lo descubrí. Ambos empezábamos nuestra carrera en el punk, sólo que con dos décadas de diferencia. Por supuesto, él cambió el estilo para siempre y yo lo abandoné ni bien me hice –eso que llaman– adulto, pero nunca podría dejar a los Minutemen. A sus discos, pero sobre todo a su filosofía. Su profundo rechazo a cualquier tipo de taxonomía fue un acto de resistencia que nació como necesidad y se volvió principio ético. Portaban un descuidado estilo surfer en el tiempo en que el hardcore decía que tenías que pelarte y usar borceguíes, se animaban a covers de Creedence y Blue Öyster Cult entre punks rabiosos y se llamaban como yanquis de derecha4 aunque eran todo lo contrario. No había provocación, sólo la lengua de dos pibes cuyas vidas se habían yuxtapuesto de tal manera que su ideología y su humor eran uno solo. Se conocieron en un parque de San Pedro, California. Tenían trece años. La mamá de D., que murió poco después, les enseñó a tocar y los dejó ensayar en su casa. En ese ámbito de cuidado y contención desarrollaron un andamiaje único. No es casual que ocurriera a contrapelo del mito fundante del punk como desclasado y huérfano: las mejores revoluciones prescinden de la cáscara y se concentran en el contenido. En junio de 1980 convencieron a uno de los chicos populares del colegio, George Hurley, de que tocara con ellos. George era más del jazz, pero pensó que ensayar le serviría para afinar su estilo autodidacta y salvaje. Después de unos meses de duda les dijo que sí. Nacía Minutemen.
La primera vez que tocaron fue antes de Black Flag, por entonces la banda emblema del movimiento. Los habían ido a ver a Los Angeles y le dijeron a Greg Ginn, el cantante, que tenían un grupo. Ahí mismo, Ginn los invitó a ser su acto de apertura en un recital que darían la semana siguiente en San Pedro; al fin y al cabo, no conocía otros grupos de la localidad. Lo que para cualquiera podría haber sido una sentencia de muerte fue la consagración de Minutemen: su breve y voraz show fue tan bueno que ni bien terminaron Ginn les dijo si querían grabar algo para su sello. El primer disco de Minutemen Paranoid Time fue el segundo de SST, nombre que se convertiría en sinónimo del punk de los ‘80. Lo hicieron en una noche y les salió 300 dólares. Esta economía de recursos, a la que llamaron we jam econo5, fue fundamental para su carrera. También su idiosincrática mezcla a la hora de grabar: la batería en el medio y un oído para cada instrumento, con el bajo bien grave y la guitarra chirriando de aguda como si el metal del que están hechas sus cuerdas fuera a rasgarse. Distribución democrática del sonido, le decían. Paranoid Time es uno de las álbumes más importantes de la historia del rock.6 Los punks de zona norte también peregrinábamos a zonas de influencia más allá de nuestras calles, y una tarde de sábado vi por primera vez una copia del disco en Parque Rivadavia. Era grande como un libro de cuentos y caro como una guitarra eléctrica. Lo examiné despacio, sin sacarlo de su sobre translúcido, y se lo devolví al vendedor. Las canciones se quedaron conmigo.
Por supuesto, ninguna obra de Minutemen fue tan mentada como su octavo álbum. A fines de 1983, tenían material como para un nuevo larga duración. Cuando se enteraron que sus colegas de SST, los mucho más serios Hüsker Dü, editarían un disco doble conceptual llamado Zen Arcade, se lanzaron a una especie de competencia. En abril de 1984 grabaron una docena de composiciones más e idearon un concepto derivado de su amor por los autos y –en otro gesto iconoclasta– su admiración por Ummagumma, disco de Pink Floyd de 1969. Cada uno eligió los suficientes temas para llenar una cara de cada vinilo, y a la cuarta y última le pusieron lado basura.7 Los lados empiezan con el ruido del motor del auto de su correspondiente integrante y la tapa del disco, al que llamaron Double Nickels On The Dime, se guarda un par de guiños. Ese año, el ex Van Halen Sammy Hagar había tenido un hit llamado “I Can’t Drive 55” en el que se quejaba del límite de velocidad de las autopistas, banal rebeldía que despertó el lado más ácido del humor de Boon y Watt. En la foto, los ojos de Mike sonríen a través del espejo retrovisor de su Escarabajo, el velocímetro clavado en 55 millas, double nickels (o dos monedas de cinco centavos) mientras vuelve a San Pedro por la interestatal 10, o en argot de camionero, the dime. El disco salió en julio de 1984. Un año y medio después, esa larga ruta vería morir al mismo D. que abre este, su manifiesto con una metáfora demoledora: “serio como un ataque al corazón”. A lo largo de los cuatro lados del vinilo hay 45 canciones, por lo que sería agotador citarlas una a una. Alcanza con decir que tiene posiblemente la mejor canción de protesta sobre la guerra que marcó a Estados Unidos para siempre. Se llama, apenas, “Viet Nam”.
Digamos que tengo un número, ese número es cincuenta mil
Eso es el diez por ciento de quinientos mil
¡Aquí estamos, en la Indochina francesa!8
Más allá de la crítica retrospectiva al conflicto bélico más impopular de la historia, D. estaba igual de preocupado por el momento en que vivía. Double Nickels es producto de la paranoia de la guerra fría y el corrosivo republicanismo de Reagan, filtrados por un género que empezaba a dejar atrás ataduras estilísticas que se difuminaban. En el único videoclip de la historia del grupo, grabado en esos días, se imaginan bombardeados por el presidente mientras cantan sobre “perder el amor propio por un tipo que decide mi destino”.9 La expansiva propuesta de Minutemen es una intransigente respuesta tanto a la simplificación con que la política catalogaba a la juventud de la época como a las férreas limitaciones de una escena a la que habían superado. Apenas meses después de su gran proyecto, abrazaron la necesidad de hacer canciones más accesibles en el irónicamente titulado Project: Mersh (Proyecto: Comercial), que los puso en la escena del rock “alternativo”. Habían cortado lazos con su público de siempre, y debían pensar cómo seguir. La gira con R.E.M. suponía la última serie de presentaciones en un tiempo. Tras cinco años intensos y reveladores, lo único en lo que pensaba D. Boon era en casarse, descansar y después ver qué hacer con su futuro. No llegó a hacer ninguna de las tres. Los Minutemen se terminaron aquel 22 de diciembre de 1985.
Cuando explico por qué me gusta tanto Minutemen, no pierdo tiempo describiendo su música. A esa parte es mejor –y mucho más efectivo– experimentarla. En su lugar dedico un rato a contar qué clase de pibe era cuando los descubrí y cuántas cosas me enseñaron sin saberlo. Tampoco me sentía a gusto con lo que me decían que tenía que ser un punk. La anarquía se me hacía escapista, y rechazar cualquier cosa que no fuera parte de un canon caprichoso y ortodoxo era cansador. Yo escuchaba los discos que me gustaban en mi casa y miraba los recitales desde la parte de atrás mientras me reía de lo estúpidos que eran los que escupían a los músicos.
Casi al final del acústico en la tele de Los Angeles, D. canta un clásico de la banda, “History Lesson - Part II”. Ese tema, en el que admiten que “el punk rock cambió nuestras vidas”, es una biografía de Minutemen hecha canción. Al final, un verso dice “Mike Watt y yo tocando la guitarra”. Seguramente por la calidad de los instrumentos que les prestaron, tira “tocando guitarras de mierda”. Mike se echa a reír: dijo mierda en televisión. Una vez a D. Boon le preguntaron qué era el punk. “Punk es lo que sea que hicimos con él”, respondió.
Vivo sudor pero sueño años luz
Soy la marea, el ascenso y la caída
El soldado de lo real, el niño que ríe
El uno de muchos, el niño en llamas
El que lleva el tiempo, el que mide el espacio10
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«Mi vida ha sido el poema que hubiera escrito; pero no podría haberlo vivido y compuesto a la vez» ↩
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«Highest love, a woman’s touch; A strong mind, a strong body; All the things he couldn’t have; All the things he couldn’t see; Little man with a gun in his hand». Todas las traducciones son propias. ↩
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«Let’s say I got a gun in my hand; six slugs, six points of view: materialism; Let’s say I got a book in my hand; fifty thousand words, fifty thousand translations: idealism; Tear up your dictionaries». “Definitions”, de Paranoid Time (1980) ↩
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Los Minutemen (hombres del minuto) fueron una milicia de la guerra revolucionaria estadounidense. En los ‘60, una organización anti-comunista tomó el nombre e inspiró a Boon y Watt a usarlo como ironía. ↩
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Se podría traducir como “lo hacemos barato” y es el nombre del recomendable documental sobre la banda. ↩
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Igual que su tapa: la dibujó Raymond Pettibon, hermano de Ginn, y hoy es parte de la colección permanente del Museo de Arte Moderno de New York. ↩
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El segundo disco de Ummagumma contiene composiciones solistas de los cuatro Pink Floyd. En el arte del álbum, Watt incluyó una graciosa dedicatoria a Hüsker Dü por darles la idea. ↩
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«Let’s say I got a number - That number’s fifty thousand; that’s ten percent of five hundred thousand; Here we are, in French Indochina!». Estados Unidos sufrió poco más de 50 mil bajas en una guerra en la que se estima que murieron 500 mil vietnamitas. ↩
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«Losing my self-respect for a man who presides over me». “This Ain’t No Picnic”, de Double Nickels On The Dime (1984). Notable (e intraducible) juego de palabras con el verbo preside. ↩
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«I live sweat but dream light years; I am the tide, the rise and the fall; The reality soldier, the laugh child; The one of many, the flame child; The time monitor, the space measurer». “The Glory Of Man”, de Double Nickels On The Dime (1984) ↩